martes, 11 de mayo de 2010

LA ASCENSION, MISTERIO ANUNCIADO

Esta edición la puede leer y/o imprimir desde: http://www.mariamediadora.com/Oracion/Newsletter511.htm

EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

Oh Tú, toda Castidad, toda Bondad, toda Misericordia, Soberana, Consolación de los cristianos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los afligidos, no nos dejes huérfanos abandonados de Tu Socorro. ¿Privados de tu amparo, dónde nos albergaríamos? ¿Qué sería de nosotros, sin Ti, Santa Madre de Dios?

Tú eres el aliento y la vida de los cristianos. Igual que la respiración que es prueba de que nuestro cuerpo posee todavía energía de vida, así Vuestro Santo Nombre pronunciado sin cesar en labios de Tus hijos, a través de todos los tiempos y en todo lugar, es más que prueba de que vivimos. Tú eres razón de vida, de alegría, de socorro para nosotros
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(San Germán. Patriarca de Constantinopla)

JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327).

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Oh Dios de gran Misericordia que Te dignaste enviarnos a Tu Hijo Unigénito como el mayor testimonio de Tu insondable Amor y Misericordia. Tú no rechazas a los pecadores, sino que también a ellos les abres el tesoro de Tu Infinita Misericordia del que pueden recoger en abundancia tanto la justificación, como toda santidad a la que un alma puede llegar. Oh Padre de gran Misericordia, deseo que todos los corazones se dirijan con confianza a Tu Infinita Misericordia. Nadie podrá justificarse ante Ti si no va acompañado por Tu Insondable Misericordia. (Santa Faustina .Diario, 1122 . Fiesta de la Ascensión del Señor. 6 de mayo de 1937)


Newsletter 511

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Domingo 16 de mayo de 2010

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

LOS MISTERIOS GLORIOSOS

En los misterios gloriosos del Rosario reviven las esperanzas del cristiano: las esperanzas de la vida eterna que comprometen la omnipotencia de Dios y las expectativas del tiempo presente que obligan a los hombres a colaborar con Dios. En Cristo Resucitado resurge el mundo entero y se inauguran los cielos nuevos y la tierra nueva que llegarán a cumplimiento a su vuelta gloriosa, cuando «la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado» (Ap 21, 4).

En la Ascensión de Cristo al Cielo, se exalta a la naturaleza humana que se sienta a la diestra de Dios, y se da a los discípulos la consigna de evangelizar al mundo. Además, al subir Cristo al Cielo, no se eclipsa de la tierra, sino que se oculta en el rostro de cada hombre, especialmente de los más desgraciados: los pobres, los enfermos, los marginados, los perseguidos...

Al infundir el Espíritu Santo en Pentecostés, dio a los discípulos la fuerza de amar y difundir la verdad, pidió comunión en la construcción de un mundo digno del hombre redimido y concedió capacidad de santificar todas las cosas con la obediencia a la voluntad del Padre celestial. De este modo encendió de nuevo el gozo de donar en el ánimo de quien da, y la certeza de ser amado en el corazón del desgraciado.

En la gloria de la Virgen elevada al Cielo, contemplamos entre otras cosas la sublimación real de los vínculos de la sangre y los afectos familiares, pues Cristo glorificó a María no sólo por ser inmaculada y arca de la presencia divina, sino también por honrar a su Madre como Hijo. No se rompen en el Cielo los vínculos santos de la tierra; por el contrario, en los cuidados de la Virgen Madre elevada para ser Abogada y protectora nuestra y tipo de la Iglesia victoriosa, descubrimos también el modelo inspirador del amor solícito de nuestros queridos difuntos hacia nosotros, amor que la muerte no destruye, sino que acrecienta a la Luz de Dios.

Y, finalmente, en la visión de María ensalzada por todas las criaturas, celebramos el misterio escatológico de una humanidad rehecha en Cristo en unidad perfecta, sin divisiones ya ni otra rivalidad que no sea la de aventajarse en amor uno a otro. Porque Dios es Amor.

Así es que en los misterios del Santo Rosario contemplamos y revivimos los gozos, dolores y gloria de Cristo y su Madre Santa, que pasan a ser gozos, dolores y esperanzas del hombre.


Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

Año tras año, la Iglesia en su liturgia celebra la Ascensión del Señor cuarenta días después de la Pascua. Este año esta Solemnidad se celebrará el próximo jueves 13 de mayo (en el Vaticano y en algunas naciones del mundo) o el Domingo 16 de mayo (en otros países). Para prepararnos para vivir esta Solemnidad, en compañia de María Santísima, Madre de Dios Hijo, le enviamos un texto catequético del Siervo de Dios Juan Pablo II titulado: La Ascensión: Misterio anunciado.

"Hoy se celebra en varios países, entre ellos Italia, la Solemnidad de la Ascensión de Cristo al Cielo, misterio de la fe que el Libro de los Hechos de los Apóstoles sitúa cuarenta días después de la Resurrección (Cf. 1, 3-11), y por este motivo en el Vaticano y en algunas naciones del mundo ya se celebró el jueves pasado. Después de la Ascensión, los primeros discípulos se quedaron reunios en el Cenáculo, en torno a la Madre de Jesús, en fervorosa espera del don del Espíritu Santo, prometido por Jesús (Cf. Hechos 1,14). En este 1er Domingo de mayo, Mes de María, también nosotros revivimos esta experiencia al experimentar más intensamente la presencia espiritual de María (...)

En sus discursos de adiós a los discípulos, Jesús insistió mucho en la importancia de su «regreso al Padre», cumplimiento de toda su Misión. De hecho, vino al mundo para devolver el hombre a Dios, pero no idealmente --como haría un filósofo o un maestro de sabiduría-- sino realmente, como Pastor que quiere llevar todas las ovejas al redil. Jesús afrontó este «éxodo» hacia la Patria Celestial en primera persona por nosotros. Por nosotros descendió del Cielo y por nosotros ascendió, tras haberse hecho semejante en todo a los hombres, humillado hasta la muerte de Cruz, y tras haber tocado el abismo de la máxima lejanía de Dios.

Precisamente por este motivo el Padre se complació en Él y le «exaltó» (Filipenses 2,9), restituyéndole la plenitud de su gloria, pero ahora con nuestra humanidad. Dios en el hombre, el hombre en Dios: ya no se trata de una verdad teórica, sino real. Por este motivo, la esperanza cristiana, fundamentada en Cristo, no es ilusión; por el contrario --como dice la carta a los Hebreos--, en ella «tenemos como una segura y sólida ancla de nuestra alma» (6, 19), un ancla que penetra en el Cielo, donde Cristo nos ha precedido.

Y, ¿qué es lo que más necesita el hombre de todos los tiempos sino precisamente esto: un ancla firme para la propia existencia? Aparece así, nuevamente, el sentido estupendo de la presencia de María entre nosotros. Al dirigir hacia Ella la mirada, como los primeros discípulos, se nos presenta la realidad de Jesús: la Madre orienta hacia el Hijo, que ya no se encuentra físicamente entre nosotros, sino que espera en la Casa del Padre. Jesús nos invita a no quedarnos mirando hacia lo alto, sino a estar juntos, unidos en la oración, para invocar el don del Espíritu Santo. Sólo a quien «renace de lo alto», es decir, del Espíritu Santo, se le abre la entrada al Reino de los cielos (Cf. Juan 3, 3-5), y la primera «renacida de lo alto» es precisamente la Virgen María. A ella, por tanto, nos dirigimos en la plenitud de la alegría pascual.".
(Benedicto XVI. Regina Coeli. Domingo 4 de mayo de 2008)

LA VIRGEN MARÍA, LA FLOR MÁS BELLA DE LA CREACIÓN

El Mayo es un mes amado y llega agradecido por diversos aspectos. En nuestro hemisferio la primavera avanza con muchas y polícromas florituras; el clima es favorable a los paseos y a las excursiones. Para la Liturgia, mayo pertenece siempre al tiempo de Pascua, el tiempo del "aleluya", del desvelarse del misterio de Cristo a la luz de la Resurrección y de la fe pascual: y es el tiempo de la espera del Espíritu Santo, que descendió con poder sobre la Iglesia naciente en Pentecostés. En ambos contextos, el “natural” y el litúrgico, se combina bien la tradición de la Iglesia de dedicar el mes de mayo a la Virgen María. Ella, en efecto, es la flor más bella surgida de la creación, la “rosa” aparecida en la plenitud del tiempo, cuando Dios, mandando a su Hijo, entregó al mundo una nueva primavera. Y es al mismo tiempo la protagonista, humilde y discreta, de los primeros pasos de la Comunidad cristiana: María es su corazón espiritual, porque su misma presencia en medio de los discípulos es memoria viviente del Señor Jesús y prenda del don de su Espíritu.

El Evangelio de este Domingo, tomado del capítulo 14 de San Juan, nos ofrece un retrato espiritual de la Virgen María, allí donde Jesús dice: ""Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). Estas expresiones se dirigen a los discípulos, pero se pueden aplicar al máximo grado a Aquella que es la primera y perfecta discípula de Jesús. María de hecho observó primera y plenamente la Palabra de su Hijo, demostrando así que le amaba no sólo madre, sino antes incluso, como sierva humilde y obediente; por esto Dios Padre la amó y la Santísima Trinidad tomó morada en Ella. Y aún más, allí donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu Santo les asistirá ayudándoles a recordar cada una de sus palabras y a comprenderla profundamente (cfr Jn 14,26), ¿cómo no pensar en María, que en su Corazón, templo del Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que su Hijo decía y hacía? De esta forma, ya antes y sobre todo después de la Pascua, la Madre de Jesús se convirtió también en la Madre y el modelo de la Iglesia..."
(Benedicto XVI . Regina Coeli. 10 de mayo de 2010).

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Queridos hijos; Hoy, a través mío, el Padre bueno los llama con su alma llena de Amor a embarcarse a una visita espiritual. Queridos hijos, llénense de gracia, arrepiéntanse de sus pecados sinceramente y busquen el bien. Anhelen también en nombre de aquellos que todavía no han alcanzado la perfección del bien. Así serán ustedes más agradable a Dios. Gracias"i (Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorge. 2/5/2010







DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

LA ASCENSIÓN, MISTERIO ANUNCIADO

Audiencia General del miércoles 5 de abril de 1989

LA ASCENSIÓN, MISTERIO ANUNCIADO

Queridos hermanos y hermanas

1.Los símbolos de fe más antiguos ponen después del artículo sobre la Resurrección de Cristo, el de su Ascensión. A este respecto los textos evangélicos refieren que Jesús Resucitado, después de haberse aparecido a sus discípulos durante cuarenta días en lugares diversos, se sustrajo plena y definitivamente a las leyes del tiempo y del espacio, para subir al Cielo, completando así el “retorno al Padre” iniciado ya con la Resurrección de entre los muertos.

En esta catequesis vemos cómo Jesús anunció su Ascensión (o regreso al Padre) hablando de ella con la Magdalena y con los discípulos en los días pascuales y en los anteriores a la Pascua.

2. Jesús, cuando encontró a la Magdalena después de la Resurrección, le dice “No me toques, que todavía no he subido al Padre; pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a Mi Padre y vuestro Padre, a Mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 17).

Ese mismo anuncio lo dirigió Jesús varias veces a sus discípulos en el período pascual. Lo hizo especialmente durante la última Cena, “sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre..., sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía” (Jn 13, 1-3). Jesús tenía sin duda en la mente su muerte ya cercana, y sin embargo miraba más allá y pronunciaba aquellas palabras en la perspectiva de su próxima partida, de su regreso al Padre mediante la ascensión al cielo: “Me voy a Aquel que me ha enviado” (Jn 16, 5): “Me voy al Padre, y ya no me veréis” (Jn 16, 10). Los discípulos no comprendieron bien, entonces, qué tenía Jesús en mente, tanto menos cuanto que hablaba de forma misteriosa: “Me voy y volveré a vosotros”, e incluso añadía: “Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que Yo” (Jn 14, 28). Tras la Resurrección aquellas palabras se hicieron para los discípulos más comprensibles y transparentes, como anuncio de su Ascensión al Cielo.

3. Si queremos examinar brevemente el contenido de los anuncios transmitidos, podemos ante todo advertir que la Ascensión al Cielo constituye la etapa final de la peregrinación terrena de Cristo, Hijo de Dios, consustancial al Padre, que se hizo hombre por nuestra salvación. Pero esta última etapa permanece estrechamente conectada con la primera, es decir, con su “descenso del Cielo”, ocurrido en la Encarnación. Cristo «salido del Padre” (Jn 16, 28) y venido al mundo mediante la Encarnación, ahora, tras la conclusión de su misión, «deja el mundo y va al Padre” (cf. Jn 16, 28). Es un modo único de «subida”, como lo fue el del “descenso”. Solamente el que salió del Padre como Cristo lo hizo puede retornar al Padre en el modo de Cristo. Lo pone en evidencia Jesús mismo en el coloquio con Nicodemo: “Nadie ha subido al Cielo, sino el que bajó del Cielo” (Jn 3, 13). Sólo Él posee la energía divina y el derecho de “subir al Cielo”, nadie más. La humanidad abandonada a sí misma, a sus fuerzas naturales, no tiene acceso a esa “Casa del Padre” (Jn 14, 2), a la participación en la vida y en la felicidad de Dios. Sólo Cristo puede abrir al hombre este acceso: Él, el Hijo que “bajó del Cielo”, que “salió del Padre” precisamente para esto.

Tenemos aquí un primer resultado de nuestro análisis: la Ascensión se integra en el misterio de la Encarnación, que es su momento conclusivo.

4. La Ascensión al Cielo está, por tanto, estrechamente unida a la “economía de la salvación”, que se expresa en el misterio de la Encarnación, y sobre todo, en la muerte redentora de Cristo en la Cruz. Pre cisamente en el coloquio ya citado con Nicodemo, Jesús mismo, refiriéndose a un hecho simbólico y figurativo narrado por el Libro de los Números (21, 4-9), afirma: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto así tiene que ser levantado (es decir crucificado), el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna” (Jn 3, 14-15).

Y hacia el final de su ministerio, cerca ya la Pascua, Jesús repitió claramente que era Él el que abriría a la humanidad el acceso a la “Casa del Padre” por medio de su Cruz: “Cuando sea levantado en la tierra, atreaeré a todos hacia Mí” (Jn 12, 32). La “elevación” en la Cruz es el signo particular y el anuncio definitivo de otra “elevación”, que tendrá lugar a través de la Ascensión al Cielo. El Evangelio de Juan vio esta “exaltación” del Redentor ya en el Gólgota. La Cruz es el inicio de la Ascensión al Cielo.

5. Encontramos la misma verdad en la Carta a los Hebreos, donde se lee que Jesucristo, el único Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza, “no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, sino en el mismo Cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro” (Hb 9, 24). Y entró “con su propia Sangre, consiguiendo una Redención eterna” : “penetró en el santuario una vez para siempre” (Hb 9, 12). Entró como Hijo “el cual, siendo resplandor de su gloria (del Padre) e impronta de su substancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hb 1, 3).

Este texto de la Carta a los Hebreos y el del coloquio con Nicodemo (Jn 3, 13), coinciden en el contenido sustancial, o sea en la afirmación del valor redentor de la Ascensión al Cielo en el culmen de la economía de la salvación, en conexión con el principio fundamental ya puesto por Jesús: “Nadie ha subido al Cielo sino el que bajó del Cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13).

6. Otras palabras de Jesús, pronunciadas en el Cenáculo, se refieren a su muerte, pero en perspectiva de la Ascensión: “Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y... adonde Yo voy (ahora) vosotros no podéis venir” (Jn 13, 33). Sin embargo dice enseguida: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho, porque voy a prepararos un lugar” (Jn 14, 2).

Es un discurso dirigido a los Apóstoles, pero que se extiende más allá de su grupo. Jesucristo va al Padre -a la Casa del Padre- para “introducir” a los hombres que sin El no podrían “entrar”. Sólo Él puede abrir su acceso a todos: Él que “bajó del Cielo” (Jn 3, 13), que “salió del Padre” (Jn 16, 28) y ahora vuelve al Padre “con su propia Sangre, consiguiendo una Redención eterna” (Hb 9, 12). Él mismo afirma: “Yo soy el Camino... nadie ve al Padre sino por Mí” (Jn 14, 6).

7. Por esta razón Jesús también añade, la misma tarde de la vigilia de la Pasión: “Os conviene que yo me vaya”. Sí, es conveniente, es necesario, es indispensable desde el punto de vista de la eterna economía salvífica. Jesús lo explica hasta el final a los Apóstoles: “Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré” (Jn 16, 7). Si. Cristo debe poner término a su presencia terrena, a la presencia visible del Hijo de Dios hecho hombre, para que pueda permanecer de modo invisible, en virtud del Espíritu de la verdad, del Consolador-Paráclito. Y por ello prometió repetidamente: “Me voy y volveré a vosotros” (Jn 14, 3. 28).

Nos encontramos aquí ante un doble misterio: El de la disposición eterna o predestinación divina, que fija los modos, los tiempos, los ritmos de la historia de la salvación con un designio admirable, pero para nosotros insondable; y el de la presencia de Cristo en el mundo humano mediante el Espíritu Santo, santificador y vivificador: el modo como la humanidad del Hijo obra mediante el EspírituSanto en las almas y en la Iglesia -verdad claramente enseñada por Jesús-, permanece envuelto en la niebla luminosa del misterio Trinitario y Cristológico, y requiere nuestro acto de fe humilde y sabio.
8. La presencia invisible de Cristo se actúa en la Iglesia también de modo sacramental. En el centro de la Iglesia se encuentra la Eucaristía. Cuando Jesús anunció su institución por vez primera, muchos “se escandalizaron” (cf. Jn 6, 61), ya que hablaba de Comer su Cuerpo y beber su Sangre”. Pero fue entonces cuando Jesús reafirmó: “¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?... El Espíritu es el que da la vida, la carne no sirve para nada” (Jn 6, 61-63).

Jesús habla aquí de su Ascensión al Cielo: cuando su Cuerpo terreno se entregue a la muerte en la Cruz, se manifestará el Espíritu “que da la vida”. Cristo subirá al Padre, para que venga el Espíritu. Y, el día de Pascua, el Espíritu glorificará el Cuerpo de Cristo en la Resurrección. El día de Pentecostés el Espíritu sobre la Iglesia para que, renovado en la Eucaristía el Memorial de la Muerte de Cristo, podamos participar en la nueva vida de su Cuerpo glorificado por el Espíritu y de este modo prepararnos para entrar en las “moradas eternas”, donde nuestro Redentor nos ha precedido para prepararnos un lugar en la “Casa del Padre” (Jn 14, 2).

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EL CAMINO DE MARIA . Edición número 511

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