Cum Maria contemplemur Christi vultum! ¯¯¯ Ave Regina Caelorum Salve, Reina del Cielo y Señora de los Ángeles. Salve raíz, salve puerta, por quien la Luz ha brillado en el mundo. Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más bella. Salve, agraciada Doncella, ruega a Cristo por nosotros. "Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" ¯¯¯ Edición Especial SAN JOSÉ OBRERO PATRONO DE LA IGLESIA CATÓLICA 1 de mayo de 2010 ¯¯¯ EL MISTERIO DE LA IGLESIA LA IGLESIA EN EL DESIGNO ETERNO DEL PADRE LA SANTIDAD DE LA IGLESIA
Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María. Soy todo tuyo, María Madre de nuestro Redentor Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.
Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria. | EL MISTERIO DE LA IGLESIA Por ser Cristo luz de las gentes, este Sagrado Concilio, reunido bajo la inspiración del Espíritu Santo, desea vehementemente iluminar a todos los hombres con su claridad, que resplandece sobre el haz de la Iglesia, anunciando el Evangelio a toda criatura (cf. Mc., 16,15). Y como la Iglesia es en Cristo como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano, insistiendo en el ejemplo de los Concilios anteriores, se propone declarar con toda precisión a sus fieles y a todo el mundo su naturaleza y su misión universal. (Lumen gentium, 1). LA VOLUNTAD DEL PADRE ETERNO SOBRE LA SALVACIÓN UNIVERSAL El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, "que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col. 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre "los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos hermanos" (Rom., 8,19). Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa Iglesia, que fue ya prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el Antiguo Testamento, constituida en los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo, y se perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, "desde Abel el justo hasta el último elegido", se congregarán ante el Padre en una Iglesia universal. (Lumen gentium, 2). Constitución Dogmática sobre la Iglesia "Lumen Gentium" |
Queridos Suscriptores de "El Camino de María" En este día, en que celebramos la fiesta de San José Obrero, que es Patrono de la Iglesia Católica, comenzamos a difundir un ciclo de catequesis del Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II dedicadas a la Iglesia, Reino de Dios en la tierra. Que San José obtenga para la Iglesia y para el mundo, así como para cada uno de nosotros, la bendición del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. ¯¯¯ «Creo en la Iglesia una, santa, católica y apostólica». En la Audiencia General del 10 de julio de 1991, Juan Pablo II hizo la siguiente meditación sobre la santidad de la Iglesia. En la profesión de fe que hacemos en el Símbolo se dice que la Iglesia es santa. Hay que precisar enseguida que lo es en virtud de su origen e institución divina. Santo es Cristo, quien instituyó a su Iglesia mereciendo para ella, por medio del sacrificio de la Cruz, el don del Espíritu Santo, fuente inagotable de su santidad, y principio y fundamento de su unidad. La Iglesia es santa por su fin: la gloria de Dios y la salvación de los hombres. La Iglesia es santa por los medios que emplea para lograr ese fin, medios que encierran en sí mismos la santidad de Cristo y del Espíritu Santo. Son: la enseñanza de Cristo, resumida en la revelación del Amor de Dios hacia nosotros y en el doble mandamiento de la caridad; los siete sacramentos y todo el culto ―la liturgia―, especialmente la Eucaristía, y la vida de oración. Todo esto es un ordenamiento divino de vida, en el que el Espíritu Santo obra por medio de la gracia infundida y alimentada en los creyentes y enriquecida por carismas multiformes para el bien de toda la Iglesia. También ésta es una verdad fundamental, confesada en el Credo y ya afirmada en la carta a los Efesios, en la que se explica la razón de esa santidad: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla» (5, 25-26). La santificó con la efusión de su Espíritu, como dice el Concilio Vaticano II: «Fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia» (Lumen gentium, 4). Aquí está el fundamento ontológico de nuestra fe en la santidad de la Iglesia. Los numerosos modos como dicha santidad se manifiesta en la vida de los cristianos y en el desarrollo de los acontecimientos religiosos y sociales de la historia, son una confirmación continua de la verdad encerrada en el Credo; es un modo empírico de descubrirla y, en cierta medida, de constatar una presencia en la que creemos. Sí, constatamos de hecho que muchos miembros de la Iglesia son santos. Muchos poseen, por lo menos, esa santidad ordinaria que deriva del estado de gracia santificante en que viven. Pero cada vez es mayor el número de quienes presentan los signos de la santidad en grado heroico. La Iglesia se alegra de poder reconocer y exaltar esa santidad de tantos siervos y siervas de Dios, que se mantuvieron fieles hasta la muerte. Es como una compensación sociológica por la presencia de los pobres pecadores, una invitación que se les dirige a ellos y, por tanto, también a todos nosotros, para que nos pongamos en el camino de los santos. Pero sigue siendo verdad que la santidad pertenece a la Iglesia por su institución divina y por la efusión continua de dones que el Espíritu Santo derrama entre los fieles y en todo el conjunto del «cuerpo de Cristo» desde Pentecostés. Esto no excluye que, según el Concilio, sea un objetivo que todos y cada uno deben lograr siguiendo las huellas de Cristo (cf. Lumen gentium, 40). (Audiencia General . Miércoles 10 de julio de 1991) ¯¯¯ "...Tengo ante mis ojos, en particular, el testimonio del Papa Juan Pablo II. Deja una Iglesia más valiente, más libre, más joven. Una Iglesia que, según su doctrina y su ejemplo, mira con serenidad al pasado y no tiene miedo al futuro. Con el gran jubileo ha entrado en el nuevo milenio, llevando en las manos el Evangelio, aplicado al mundo actual a través de la autorizada relectura del Concilio Vaticano II. El Papa Juan Pablo II presentó con acierto ese Concilio como "brújula" para orientarse en el vasto océano del tercer milenio (cf. Novo millennio ineunte, 57-58). También en su testamento espiritual anotó: "Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado" (17.III.2000).
Por eso, también yo, al disponerme para el servicio del Sucesor de Pedro, quiero reafirmar con fuerza mi decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del Concilio Vaticano II, a ejemplo de mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia. Este año se celebrará el cuadragésimo aniversario de la clausura de la asamblea conciliar (8 de diciembre de 1965). Los documentos conciliares no han perdido su actualidad con el paso de los años; al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada..." (Benedicto XVI . Homilía en la Santa Misa "Pro Ecclesia" . Miércoles 20 de abril de 2005) ¯¯¯ "Deseo vivamente que el presente recuerdo de la figura de San José renueve también en nosotros la intensidad de la oración que hace un siglo mi Predecesor recomendó dirigirle. Esta plegaria y la misma figura de José adquieren una renovada actualidad para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo Milenio cristiano. El Concilio Vaticano II ha sensibilizado de nuevo a todos hacia «las grandes cosas de Dios», hacia la «economía de la salvación» de la que José fue ministro particular. Encomendándonos, por tanto, a la protección de aquel a quien Dios mismo confió la custodia de sus tesoros más preciosos y más grandes aprendamos al mismo tiempo de él a servir a la «economía de la salvación». Que San José sea para todos un maestro singular en el servir a la misión salvífica de Cristo, tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado." (Juan Pablo II . Redemptoris Custos, 32) | |
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